domingo, 7 de agosto de 2016

TESTIMONIO DE UN VOLUNTARIADO EN EL ALBERGUE DE MIGRANTES EN VERACRUZ

El pasado mes de marzo de 2016 tuve la oportunidad de viajar a Tierra Blanca Veracruz,  el propósito era colaborar en las misiones de Semana Santa de este año. A pesar de las noticias sobre la violencia en esta población decidí aceptar y ofrecer mi tiempo y trabajo durante una semana en esa población.
El primer día nos instalamos en la capilla de Cristo Rey y al día siguiente nos llevaron a conocer el albergue para migrantes que había en la ciudad el cual recibe migrantes centroamericanos que viajan en el tren conocido como “La bestia” y les proporciona alojamiento y alimentos por un día.
Yo había escuchado alguna vez que existía ese tren y había visto algunas imágenes de los migrantes subidos arriba de éste, pero  nunca había  entrado a un albergue de este tipo, ni tratado con ningún migrante centroamericano. En un principio confieso que tenía algunos prejuicios contra ellos,  por ejemplo que quizá eran peligrosos y sucios. Incluso me costaba trabajo mirarlos directamente.
Conforme pasaban las horas, me atreví a observarlos más detenidamente y me percaté que eran muy jóvenes, estimo que sus edades rondaban los 17-25 años; llegaban con hambre, sed, sueño y con heridas en los pies, pero sobretodo advertí que traían cargando una tristeza muy profunda, pocas veces había visto yo un rostro humano con tanta tristeza. Comencé a preguntarles sus nombres cuando les abría la puerta del albergue o cuando les daba un vaso de agua. Luego les pregunté de dónde venían y me di cuenta de que la inmensa mayoría proviene de Honduras, creo que de 100 fácilmente puedo asegurar que 90 eran originarios de ese país. Me pregunto ¿qué cosa está sucediendo particularmente en Honduras que obliga a salir a sus habitantes?, porque  no es el caso de guatemaltecos ni de salvadoreños, quienes también llegan al albergue, pero no en tales proporciones como los hondureños.
Me enteré de algunos detalles de su viaje, por ejemplo, que llevaban 15 a 20 días que habían salido de sus casas, que buscaban llegar a Estados Unidos, que hubo una sequía muy fuerte en su país……pero al mismo tiempo me enteré que habían sido asaltados al entrar a México, a unos  los habían perseguido con machetes,  algunos habían escapado y no traían más que su identificación y una pequeña mochila, otros ni siquiera eso.
También supe algo más terrible, supe que los grupos criminales cobrar cuotas por tramo a los migrantes que se suben al tren. Y que si alguno no trae dinero o no paga entonces los avientan y la caída no es como yo imaginaba, que pudieran sólo golpearse y levantarse. No, el tren en movimiento tiene una fuerza centrípeta en las ruedas que los jala y entonces el migrante que cae, si no muere partido a la mitad, es mutilado de piernas o brazos por el mismo tren y es cuando dicen que “lo chupó la bestia”.
En un momento dado sentí compasión por el gran número de migrantes que aguardaba la entrada al albergue bajo el intenso calor y me atreví a comprar una tarjeta de teléfono público y fui hacia donde ellos estaban y les pregunté si alguno deseaba hablar a su casa. Uno de ellos se acercó un poco tímido y me dijo: “Yo le quiero hablar a mi ruquita”. Le pregunté si sabía cómo marcar y juntos logramos establecer la llamada. Escuché cuando dijo: “¿Mamá?, mamá….estoy bien, estoy en Tierra Blanca”. Era sólo un muchachito de 17 años, sólo pudo decir algunas palabras más porque pronto se acabó el saldo (el minuto de larga distancia en teléfono público todavía cuesta 10 pesos) pero cuando colgó, ese migrante sonreía y me dijo: “muchas gracias, que Dios te bendiga siempre….toda tu vida”. Yo quedé sorprendida de su agradecimiento, creí que había comprado una tarjeta de 30 pesos, pero me di cuenta que lo que compré fue una bendición vitalicia”. Después fui por más tarjetas, las que pude adquirir con lo que llevaba, pero me di cuenta que quizá esta manera de ayudarles era limitada y que tenía que encontrar otras formas que no fuera con dinero porque no me iba alcanzar. 
Después de esta experiencia cada vez que escucho el tren en mi ciudad,  ya no es lo mismo, su sonido  ahora evoca rostros e historias de seres humanos que sufren.  Incluso recuerdo con dolor cada vez que veía llegar una mujer o un niño al albergue, porque si un hombre migrante  joven y “fuerte” es burlado y abusado, una mujer vive la peor parte.
A veces pienso que esta historia me fue contada  por alguien o que sucedió hace mucho  tiempo,  o que ocurre en otro país lejano,  como esas historias de los nazis y judíos que llevaban también en  trenes a las cámaras de gas. Pero  esta historia es una que viví y escuché, en pleno mes de marzo del 2016 y está ocurriendo en mi propio país México.

Ahora me pregunto ¿acaso es verdad que México es el país que peor trata a sus migrantes?

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