TESTIMONIO DE UN
VOLUNTARIADO EN EL ALBERGUE DE MIGRANTES EN VERACRUZ
El
pasado mes de marzo de 2016 tuve la oportunidad de viajar a Tierra Blanca
Veracruz, el propósito era colaborar en
las misiones de Semana Santa de este año. A pesar de las noticias sobre la
violencia en esta población decidí aceptar y ofrecer mi tiempo y trabajo
durante una semana en esa población.
El
primer día nos instalamos en la capilla de Cristo Rey y al día siguiente nos
llevaron a conocer el albergue para migrantes que había en la ciudad el cual recibe
migrantes centroamericanos que viajan en el tren conocido como “La bestia” y
les proporciona alojamiento y alimentos por un día.
Yo
había escuchado alguna vez que existía ese tren y había visto algunas imágenes
de los migrantes subidos arriba de éste, pero nunca había
entrado a un albergue de este tipo, ni tratado con ningún migrante
centroamericano. En un principio confieso que tenía algunos prejuicios contra ellos, por ejemplo que quizá eran peligrosos y
sucios. Incluso me costaba trabajo mirarlos directamente.
Conforme
pasaban las horas, me atreví a observarlos más detenidamente y me percaté que eran
muy jóvenes, estimo que sus edades rondaban los 17-25 años; llegaban con
hambre, sed, sueño y con heridas en los pies, pero sobretodo advertí que traían
cargando una tristeza muy profunda, pocas veces había visto yo un rostro humano
con tanta tristeza. Comencé a preguntarles sus nombres cuando les abría la
puerta del albergue o cuando les daba un vaso de agua. Luego les pregunté de dónde
venían y me di cuenta de que la inmensa mayoría proviene de Honduras, creo que
de 100 fácilmente puedo asegurar que 90 eran originarios de ese país. Me
pregunto ¿qué cosa está sucediendo particularmente en Honduras que obliga a
salir a sus habitantes?, porque no es el
caso de guatemaltecos ni de salvadoreños, quienes también llegan al albergue,
pero no en tales proporciones como los hondureños.
Me
enteré de algunos detalles de su viaje, por ejemplo, que llevaban 15 a 20 días
que habían salido de sus casas, que buscaban llegar a Estados Unidos, que hubo
una sequía muy fuerte en su país……pero al mismo tiempo me enteré que habían
sido asaltados al entrar a México, a unos
los habían perseguido con machetes, algunos habían escapado y no traían más que su
identificación y una pequeña mochila, otros ni siquiera eso.
También
supe algo más terrible, supe que los grupos criminales cobrar cuotas por tramo
a los migrantes que se suben al tren. Y que si alguno no trae dinero o no paga entonces
los avientan y la caída no es como yo imaginaba, que pudieran sólo golpearse y levantarse.
No, el tren en movimiento tiene una fuerza centrípeta en las ruedas que los
jala y entonces el migrante que cae, si no muere partido a la mitad, es
mutilado de piernas o brazos por el mismo tren y es cuando dicen que “lo chupó
la bestia”.
En
un momento dado sentí compasión por el gran número de migrantes que aguardaba
la entrada al albergue bajo el intenso calor y me atreví a comprar una tarjeta
de teléfono público y fui hacia donde ellos estaban y les pregunté si alguno
deseaba hablar a su casa. Uno de ellos se acercó un poco tímido y me dijo: “Yo
le quiero hablar a mi ruquita”. Le pregunté si sabía cómo marcar y juntos logramos
establecer la llamada. Escuché cuando dijo: “¿Mamá?, mamá….estoy bien, estoy en
Tierra Blanca”. Era sólo un muchachito de 17 años, sólo pudo decir algunas
palabras más porque pronto se acabó el saldo (el minuto de larga distancia en
teléfono público todavía cuesta 10 pesos) pero cuando colgó, ese migrante
sonreía y me dijo: “muchas gracias, que Dios te bendiga siempre….toda tu vida”.
Yo quedé sorprendida de su agradecimiento, creí que había comprado una tarjeta
de 30 pesos, pero me di cuenta que lo que compré fue una bendición vitalicia”. Después
fui por más tarjetas, las que pude adquirir con lo que llevaba, pero me di
cuenta que quizá esta manera de ayudarles era limitada y que tenía que
encontrar otras formas que no fuera con dinero porque no me iba alcanzar.
Después
de esta experiencia cada vez que escucho el tren en mi ciudad, ya no es lo mismo, su sonido ahora evoca rostros e historias de seres
humanos que sufren. Incluso recuerdo con
dolor cada vez que veía llegar una mujer o un niño al albergue, porque si un
hombre migrante joven y “fuerte” es
burlado y abusado, una mujer vive la peor parte.
A
veces pienso que esta historia me fue contada
por alguien o que sucedió hace mucho
tiempo, o que ocurre en otro país
lejano, como esas historias de los nazis
y judíos que llevaban también en trenes
a las cámaras de gas. Pero esta historia
es una que viví y escuché, en pleno mes de marzo del 2016 y está ocurriendo en
mi propio país México.
Ahora
me pregunto ¿acaso es verdad que México es el país que peor trata a sus
migrantes?
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