lunes, 12 de marzo de 2012

UN TREN LLAMADO ESPERANZA


Antes de ayer fue nuestro primer día completo en el albergue y la verdad tuvimos un “buen bautizo”. El jueves llegamos Pablo y yo a Tierra Blanca después de una salida de Puente Grande un tanto emocionante –por decir algo- y más de 14 horas de viaje con trasbordo incluido.

Llegamos al Albergue Guadalupano directamente y cuando entramos nos encontramos a un grupo de jóvenes aterrados porque habían estado a punto de ser secuestrados por los Zetas en la etapa anterior y regresaban para entregarse a Inmigración. Fueron ingresando varios grupos a cuenta gotas, pero sin parar… Tiempo de presentarnos, de instrucción y de atender en lo que podíamos a los migrantes que iban llegando. Tanto Dolores, la religiosa al mando del albergue, nuestros compañeros jesuitas, Pancho y Adrián, Oscar, un joven del voluntariado jesuita, como el resto del equipo, nos recibieron de mil amores, pero con la premura y la necesidad de sacar adelante la atención que las personas migrantes necesitaban. Llegamos a la noche con mucho cansancio después de tantas horas sin pillar una cama, pero con la alegría de haber llegado a nuestro destino y de sentirnos parte de un equipo.

Os preguntaréis ¿Y eso del “buen bautizo” que comentaba al inicio? Ahora os cuento. Ese día llegó un grupo imponente de personas en los trenes. El albergue está a apenas cien metros de las vías y se ve llegar a la gente en cuanto para el tren. Los compañeros que estaban cerca de la puerta nos decían: “Es un grupo enorme.” Un hombre inmigrante que llegaba nos indicaba que eran más de mil. Dolores hizo una mini reunión de emergencia de todo el equipo y distribuyó tareas. Unos a la cocina a calentar tortillas, el arroz, los frijoles,… a preparar la recepción, las entrevistas, a tener ultimadas las duchas,… En un tiempo record nos organizó a todos. Lo primero era dar de comer y beber a tantas personas que se agolpaban a la puerta del albergue. Por sus caras veías gente exhausta, sedienta,… Muchos te hablaban de más de 13 horas subidos a “La Bestia”, como muchos le llaman. Una larga fila doble para recoger la comida que parecía no tener final… De repente se oye un golpe fuerte a sonido de metal y se escuchan los primeros gritos. Se ha desplomado al suelo. Un par de jóvenes se desmayaron por el grado de deshidratación que tenían. Pronto les dimos suero y los reanimamos. Creímos repartir más de 300 comidas en menos de una hora.

Llegaba el tiempo de ingresar en el albergue para muchos, darse una ducha, descansar un poco y emprender el camino. Sus caras eran otras cuando llegaban al punto de recepción: más sonrientes, y en algunos casos incluso haciendo bromas. Es increíble cómo hasta en las condiciones más angustiosas y de puro cansancio casi todos agradecen la comida, el cuidado,…

Las historias que oyes a diario te dejan el corazón en un puño: intentos de secuestros de los grupos de crimen organizado, asesinatos en el mismo techo del tren, violaciones,… además de la ingenuidad de tanta gente que en ocasiones se fían de “polleros” que les engañan. A veces se ven auténticos niños o adolescentes que es la primera vez que salen de casa, sin saber dónde quieren ir, sin contactos,… Pura carne de cañón para las mafias… También oyes historias de amistades que han comenzado en el techo de los trenes, símbolos de verdaderos encuentros y compañerismo,…

Al final de la tarde nos acercamos con Pablo, Adrián y Pancho a las vías. Allí había un grupo ingente de personas que esperaban para subirse al tren que comenzaba la marcha. La policía local les aconsejaba e indicaba en que vagones podían subirse y en cuáles no. Mucha de nuestra gente de los que apenas una horas habían llegado al albergue ahora se agolpaban junto a las vías para tomar una buena posición en el tren: mujeres, hombres, jóvenes, gente más madura,… Todos se iban organizando poco a poco entre las vías.

Un rato antes habíamos saludado a varios grupos, varias personas que se acercaban a nosotros para charlar, compartir, preguntar,… Es como esos momentos cuando vas a comenzar un viaje muy importante y te encuentras nervioso y se nota en tu manera de hablar y de preguntar; en tu manera de buscar unas palabras de apoyo, de confianza, de esperanza.

Cuando el tren se puso en movimiento y la locomotora comenzaba a hacer sonar la bocina, nuestro corazón se rasgaba un poco. Una mezcla de sentimientos entre los que primaba la empatía y el cariño que en esas pocas horas habías  cogido a las personas, el temor por los peligros que les van a acechar, la ternura al sentir la vulnerabilidad e ingenuidad de muchos y la esperanza que vean cumplidos sus sueños. Unos sueños que tienen que ver con sus familias que viven situaciones angustiosas, de gran precariedad, de violencia,…

“Donde esté tu tesoro, allí estará tu corazón”. Muchos de los tesoros de todas estas personas se focalizan en la esperanza por un futuro mejor y su confianza en Dios. Ver sus rostros sonrientes y sus saludos desde el techo del tren son un ejemplo vivo de la misma “bienaventuranza”.

Alberto Ares (Voluntario del Albergue Decanal Guapalupano)

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