Al llegar al
Albergue, me sorprendió la costumbre de regalar billetes que tienen algunos
migrantes. La primera vez que me dieron uno, mi reacción fue rechazar el dinero
y explicar que en este lugar no se les cobra nada por los servicios que ofrecemos.
Uno de los muchachos me respondió que no tenía valor monetario y que me lo daba
para que lo recuerde a él. La escena se repitió otra vez. Uno más creativo, me
regaló incluso una curiosa camiseta de origami
hecha con uno de sus billetes. En ambos casos el deseo fue el mismo: ser
recordados por alguien.
No pocos de los que
por aquí pasan son personas de poca edad, que dejan sus países movidos por
sueños juveniles y el deseo de mejorar las condiciones de vida de sus seres
queridos. Pero a poco andar, el camino comienza a resultarles más largo,
agreste, y duro de lo que muchos imaginaron. Experimentan el cansancio físico,
la ausencia de cuidados paternos cuando están enfermos, extrañan a los que han
quedado en casa y sienten deseos de regresar al hogar. Algunos llegan quebrados afectivamente y agradecen, como el mejor
de los regalos, que prestemos oído a sus historias y que cuidemos de ellos
aunque sea durante unas horas. Casi desde su ingreso, comienzan a llamarnos
“madres” y “padres”… estoy convencido de que no lo hacen sólo porque algunos
seamos consagrados…
Uno
de los momentos más enternecedores del día, es ver como hombres (jóvenes y
mayores) obedecen la orden de acostarse. Como niños hacen fila para recibir
papel de baño y pasta de dientes. Estando ya acostados esperan con ilusión
navideña que se les entregue una manta y se les desee buenas noches.
Al
despedirse al día siguiente, repitiendo varias veces su agradecimiento y
bendiciéndonos por haberlos acogido, algunos se atreven a robarnos un abrazo y nos
piden que no los olvidemos. Vuelven al hostil camino de antes, pero con la
alegría de haber sido importantes para alguien… con la ilusión de que alguien
los recordará.
De
este modo, los billetes y figuritas hechas con ellos se transforman en
sacramento, en memoria permanente de aquellos que, mientras van de camino, no
piden más que ser recordados por alguien.
Pablo
Kramm Yuraszeck, sj Voluntario Albergue Guadalupano.
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