sábado, 24 de marzo de 2012

PARA QUE ME RECUERDES


Al llegar al Albergue, me sorprendió la costumbre de regalar billetes que tienen algunos migrantes. La primera vez que me dieron uno, mi reacción fue rechazar el dinero y explicar que en este lugar no se les cobra nada por los servicios que ofrecemos. Uno de los muchachos me respondió que no tenía valor monetario y que me lo daba para que lo recuerde a él. La escena se repitió otra vez. Uno más creativo, me regaló incluso una curiosa camiseta de origami hecha con uno de sus billetes. En ambos casos el deseo fue el mismo: ser recordados por alguien

No pocos de los que por aquí pasan son personas de poca edad, que dejan sus países movidos por sueños juveniles y el deseo de mejorar las condiciones de vida de sus seres queridos. Pero a poco andar, el camino comienza a resultarles más largo, agreste, y duro de lo que muchos imaginaron. Experimentan el cansancio físico, la ausencia de cuidados paternos cuando están enfermos, extrañan a los que han quedado en casa y sienten deseos de regresar al hogar. Algunos llegan quebrados afectivamente y agradecen, como el mejor de los regalos, que prestemos oído a sus historias y que cuidemos de ellos aunque sea durante unas horas. Casi desde su ingreso, comienzan a llamarnos “madres” y “padres”… estoy convencido de que no lo hacen sólo porque algunos seamos consagrados…

Uno de los momentos más enternecedores del día, es ver como hombres (jóvenes y mayores) obedecen la orden de acostarse. Como niños hacen fila para recibir papel de baño y pasta de dientes. Estando ya acostados esperan con ilusión navideña que se les entregue una manta y se les desee buenas noches.
Al despedirse al día siguiente, repitiendo varias veces su agradecimiento y bendiciéndonos por haberlos acogido, algunos se atreven a robarnos un abrazo y nos piden que no los olvidemos. Vuelven al hostil camino de antes, pero con la alegría de haber sido importantes para alguien… con la ilusión de que alguien los recordará. 

De este modo, los billetes y figuritas hechas con ellos se transforman en sacramento, en memoria permanente de aquellos que, mientras van de camino, no piden más que ser recordados por alguien.

Pablo Kramm Yuraszeck, sj Voluntario Albergue Guadalupano.

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