jueves, 28 de marzo de 2013

Cinco claves de Semana Santa


Cinco claves de Semana Santa

Un año más, llega la Semana Santa.  Para unos es tiempo de hacer las maletas y marcharse a Cancún o a cualquier otra playa. Otros, el dinero no llega, se quedarán en casa. Para los cristianos es el tiempo de mayor densidad religiosa del año, donde se vive y celebra lo central de nuestra fe: la muerte y resurrección del Señor. Hay lugares especiales para vivir estos días, lugares en los que solo por estar allí se hace mucho más fácil acercarse con profundidad al misterio. Aquí, en el Albergue Decanal Guadalupano, en Tierra Blanca, uno siente que la Semana Santa se prolonga en el tiempo.

¿Qué celebramos en la Semana Santa? ¿Qué contemplamos? ¿Qué dejamos que, lentamente, a través de gestos comunes, en oficios o procesiones, en la celebración compartida o en la oración nos toque profundamente?

El servicio. El Jueves Santo la liturgia recoge preciosamente el lavatorio de los pies como expresión de una lógica alternativa, la de quien, siendo el primero, se ciñe una toalla a la cintura, lava los pies a los suyos y les invita a hacer lo mismo. ¿Qué hace este gesto tan denso? La inversión de categorías, donde el grande se hace pequeño y enaltece a los humildes. La gratuidad de un gesto aparentemente innecesario. La llamada a vivir desde esa misma lógica. En un mundo en que parece que el gran éxito en la vida es ser servido, esta llamada a lavar los pies polvorientos del amigo resulta, cuanto menos, una provocación. Este albergue huele a servicio, el de muchos voluntarios que dedican tiempo y sudor a atender a los pequeños de este mundo, a los hermanos y hermanas que huyen de la miseria y arriesgan su vida en trenes buscando que las cosas encajen un poco mejor en sus vidas.

Las encrucijadas vitales. La hora santa, con su evocación de la agonía de Jesús en el Huerto, es un precioso reflejo de nuestras propias incertidumbres. A veces por cosas muy cotidianas. En otros momentos por la necesidad de tomar decisiones trascendentales... el hecho es que en ocasiones también nosotros pasamos por esas vacilaciones. A Jesús lo acompañamos en una situación límite. Le vemos en la tesitura de huir o seguir, de resistirse o ser coherente con aquello que lleva proclamando con su vida durante largo tiempo, de rebelarse o aceptar lo que viene. Y en su respuesta valiente vemos también un reto y una llamada para nuestros propios dilemas, para las situaciones en que hemos de optar, para tantas veces en que a la luz del evangelio nos sentimos urgidos a algo difícil.

El sufrimiento y la soledad. Todo el Viernes Santo es un día árido. Viendo a Jesús juzgado por los poderes religiosos y políticos de su época, abandonado por muchos de sus amigos, nos asomamos al dolor. Acompañando a Jesús camino de la cruz (Via Crucis), nos toca intuir la indiferencia de unos, la compasión de otros... No hace falta encerrarse mucho tiempo en una capilla para saber de sufrimientos y soledades. Aquí se ve todos los días. Los migrantes, con sus dolores y soledades nos los ocultan. Y se convierten también en una escuela para los que no tenemos que subirnos a los trenes, escuela para enseñar a vivir agradecido por el don diario de la vida y para no dramatizar los supuestos grandes problemas.

La cruz. La adoración de la cruz el Viernes Santo, tras haber escuchado la lectura de la Pasión, es uno de los momentos más significativos de la liturgia. No adoramos un trozo de madera, ni prestamos macabra reverencia a un instrumento de muerte. Para nosotros la cruz es mucho más que eso. Es el espacio donde se abrazan las víctimas y su liberador. Es el lugar donde los que padecen, por la injusticia, por el odio, por el mal que atraviesa nuestro mundo, se encuentran con el inocente que viene a salvarlos. La cruz nos habla de un dolor que atraviesa nuestro mundo. Nos invita a alzar la mirada con honestidad y percibir las fisuras y las heridas que golpean y mutilan. Nos habla de fracasos y de rechazo, de pecado y de un Dios que parece callar.

La Vida. Los cristianos creemos que la última palabra no es de muerte sino de vida. Creemos que nuestro Dios hará justicia con los últimos, no porque sean mejores sino sencillamente porque no es justo que estén viviendo lo que están viviendo. Cuando veo a los migrantes, con sus soledades y sus cruces, intento alimentar la esperanza en ese Dios que un día les hará justicia y, en billete de primera clase, les dará un lugar preferente junto a Él. Para siempre.

                                                                                                                             Cristóbal Jiménez SJ





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